viernes, 18 de febrero de 2011

Daddy (II)


     Una noche, un día. Una noche que se veían las estrellas me imaginé que podía tocarlas, ser el rey de un mundo que no conocía. Por las mañanas escuchaba el ruido de las olas chocando bruscamente con la barca y tenía fe en que no se volcaría. La verdad era mucho más que eso. Los bebés de un mes o de tan solo días lloraban sobre la congelada piel de la madre. Muchos de nosotros se murieron por falta de alimento ya que escaseaban las galletas y el arroz. A mí la verdad es que no me faltó de nada, estaba en una esquina que era la más privilegiada. Cuando nos acercábamos a tierra, cada vez estaba más convencido de que ese era mi lugar. Divisábamos grandes barcos como un edifico flotante. Era maravilloso. De repente se acercaron hombres vestidos de blanco y rojo. Más tarde entendí que eran los de la Cruz Roja y Salvamento Marítimo. A esas personas siempre les estaré agradecido. Curaron y alimentaron a muchos de los míos.

     Pasé a manos de los servicios sociales del Gobierno de Canarias. Nos integraron en un instituto y nos enseñaron costumbres españolas. Cada día se me hacía más cansino ir al instituto. Mis compañeros blancos me miraban por encima del hombro mientras yo me resignaba. Me sentía muy mal, por las noches estaba rodeado de gente que como yo había llegado por mano de los servicios sociales. Estoy en la última litera al lado de la ventana.

     Cuando miro por las tarde y veo a los chavales jugando al fútbol me pregunto por qué yo no estoy ahí, yo estoy aquí encerrado en una cárcel para senegaleses. La única persona que me escuchaba era mi amigo Mamadú que estaba en la segunda planta. Nos contamos todo y siempre nos ayudamos. Pero sé que el próximo día tendré otra vez que ir al instituto, donde todo el mundo se cree mejor que yo, o eso percibo.

     Cumplí 16 años, llevo un par de meses buscando curro. Un empresario de la Villa de Agüimes dedicado a los tomateros me contrataría como aparcero. Me pagaría 156 pesetas por semana. Aunque no es mucho dinero, me paga. La gente de la Villa de Agüimes es muy humilde y solidaria. Desde que nos vieron en la playa de Arinaga nos intentaban ayudar pero los de la Cruz Roja no los dejaban por asuntos sanitarios. Vivo con una familia al lado del barranco de Guayadeque. Su casa está en una cueva grande y húmeda. El dinero que me dan se lo doy a la señora de la casa y ella lo administra en comida y cosas básicas. Mi jefe nos trataba muy bien a mí y a Mamadú. Mamadú vive en la calle y mi “familia” le deja comer alguna vez en casa. La verdad es que la familia es muy pobre en cuestión de dinero pero es muy rica en el amor. (Continuará)

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