sábado, 29 de octubre de 2011


Los hombrecillos

Dicen que los grandes seres que gobiernan el mundo, a veces, se reúnen en secreto en algún lugar del espeso bosque. Llegan desconfiados y temerosos de que los descubran, recelando los unos de los otros, mostrándose hostiles y agresivos, como si tuvieran miedo. Cuando rebasan la puerta principal, se quitan sus pieles y se descubren, para luego salir del interior de sus titánicos cuerpos unos miserables hombrecillos desnudos, temblorosos y asustadizos, de grandes ojos que sobresalen de sus pálidos rostros enfermizos.
 Ya en el interior de la humilde casita de madera, bajan por una larga rampa, moviéndose torpemente, tropezándose entre ellos y emitiendo pequeños gruñidos, como si fuera una manada de ratas desorientadas. En la oscuridad, el silencio parece adormecerlos hasta que se oye la débil voz de uno de ellos, iniciando una especie de plegaria que repiten los demás intermitentemente, provocando un murmullo que se vuelve ensordecedor a medida que rezan cada vez más rápido, casi gritando, a la vez que despiden un olor nauseabundo que ilumina todo el espacio, hasta que, casi al unísono, comienzan a vomitar una especie de jugo verdoso muy espeso con babosas flemas ensangrentadas.
El lugar se vuelve fangoso e irrespirable. Es entonces cuando, precipitadamente, salen exhaustos  y jadeantes de allí, con sus estómagos vacíos, y, tras ponerse sus enormes disfraces, se mueven entre ellos violentamente, como si estuviesen bailando una danza guerrera, mientras que, a modo de lamentos  emiten, abriendo exageradamente sus fauces voraces, unos rugidos atronadores que se extiende por todo el planeta, tras lo cual comienzan a correr en todas las direcciones, dispuestos a devorar el mundo y saciar nuevamente su codicia desmedida.

domingo, 10 de julio de 2011

Pasión por el futbol



Nuestro compañero Antonio García, profesor de Lengua y literatura durante este curso 2010-2011, ha realizado un relato colectivo con sus alumnos de 1º ESO A titulado "Pasión por el fútbol" que publicamos a continuación.



PASIÓN POR EL FÚTBOL
escrito por alumnos de 1º ESO A



Era una tarde nublada. Antonio, un chico de doce años que vivía en Vecindario, se dirigía al entrenamiento de fútbol caminando, cuando se encontró con Alfonso, su compañero de equipo. Poco más tarde, Alfonso se fue. Antonio siguió caminando hasta llegar al campo: era su primer día.

            Comenzó el entrenamiento, pero no veía a Alfonso. Entonces se dio cuenta de que todos sus compañeros eran mayores que él.

(Marco)


            Resulta que Antonio se había equivocado de categoría. Pero no dijo nada porque no estaba seguro y le daba vergüenza. Hizo toda la sesión y el entrenador no se dio cuenta.

            Después de hacer todo el entrenamiento, empezaron a jugar. Formaron los equipos y, a pesar de ser más grandes que él, jugaban fatal. Gracias a que le tocó de portero, no le marcaron ni una.

            Cuando se acabó el partido descansaron diez o quince minutos. Empezaron a jugar uno nuevo y le tocó de delantero. Así marcó cinco goles y el otro equipo uno (quedaron cinco a uno).

            Terminó la sesión e hicieron un estiramiento final. Y antes de que se fueran todos los jugadores, el entrenador se acordó de pasar lista para ver quién faltaba.

            Mientras pasaba lista, Antonio saltó de repente y dijo:

- ¡A mí no me has nombrado!

- Espera que termine.

- Perdón, vale.

Cuando el entrenador terminó de pasar lista, volvió a hablar:

- Todavía no me has nombrado.

- ¿Cómo es tu nombre?

- Antonio Zerpa Suárez.

- Vale, espera un momento –vuelve y dice: - A ti no te toca en esta categoría. Te toca en una menor.

(Paula)


            Él estaba contento porque le habían dicho de qué categoría era: infantiles.

            Al siguiente día no tenía entrenamiento e hizo un trabajo en clase de Plástica. Al otro, fue al entrenamiento, calentaron, corrieron y jugaron un partido. Quedaron empatados, cuatro a cuatro, y el entrenador dijo:

            - Mañana a las diez en el campo de fútbol.

            Así que un día después era sábado y jugaron contra el Guayadeque. Ganaron por tres a cero.

            Todos estaban contentos. Los goles los marcaron: Víctor, en el minuto 10, Antonio, en el minuto 32, y Brando, en el 80.

            Antonio se despidió de sus compañeros, se fue a su casa a las 13:30 horas e hizo los deberes, merendó, vio la televisión, cenó y se acostó.

(Jorge)


            Llegó el lunes por la mañana. Desayunó y se fue a la escuela. Al llegar, todos sus amigos y compañeros no hacían otra cosa más que hablar del partido: dentro de la clase, en el recreo, en el comedor, etc.

            Al volver a su casa y abrir la puerta, su madre le había preparado una pequeña fiesta con Alfonso y todos sus otros amigos: comieron pizza, bebieron refresco, jugaron a muchos juegos, cantaron, bailaron, etc. Es decir, hicieron lo que se suele hacer en las fiestas. Después, él y sus amigos decidieron ir a dar una vuelta con su perro. Cuando regresaron a la casa, las madres de sus amigos fueron a recogerlos.

            Antonio decidió no acostarse tarde para el día siguiente, después del colegio, poder ir con energía al campo de fútbol y entrenar.

            La madre lo despertó a las ocho. Él se preparó, desayunó y se fue a la escuela. Estaba nervioso porque tenía un examen de Matemáticas.

            Al final, el examen de Matemáticas le salió muy bien y él estaba contento. Cuando se terminaron las clases, Antonio fue al entrenamiento y se lo pasó muy bien jugando con sus compañeros.

(Mila)


            Notó que todos estaban con una mirada quisquillosa, hasta el mismo entrenador. Y él se preguntaba: “¿Lo estaré haciendo mal?”.

            Pero al finalizar el entrenamiento, el entrenador se acercó a él, le dio dos palmadas en el hombro y le comentó en voz baja:

            - Eres todo un campeón.

            Al volver a su casa, su madre le había preparado su plato favorito para cenar: filete de ternera con papas; y mientras comía, le preguntaba con mucho interés cómo le había ido el entrenamiento. Y él se volvió a preguntar: “¿Por qué está todo el mundo interesado en mí?”.

            Cuando terminó de cenar, fue a ducharse y a dormir. La semana pasó deprisa, estudiando y entrenando. Una mañana, al despertarse, se sintió especialmente feliz: ¡era sábado!, y tenía un deseo incontrolable de realizar alguna acción especial para sus padres. Y como él se había levantado el primero… ¡se le ocurrió preparar una tarta!

(María)


            Para poder realizar la tarta miró en el libro de recetas del estante del salón, que estaba lleno de polvo y telarañas. Y Antonio pensó:

            - ¿Pero cuánto tiempo habrá estado esto aquí?

            Cuando lo cogió, lo limpió y empezó a buscar la receta de una tarta de chocolate con nueces, pero solo había de fresa con nata, y a él no le gustaba la fresa con nata. Entonces se le ocurrió una idea: hacer la misma receta pero con el chocolate y las nueces.

            Empezó a hacer la masa de la tarta. Programó treinta minutos en el horno. Cuando pasaron los treinta minutos, sacó la tarta sin acordarse de coger los guantes y se quemó todos los dedos y a la vez tiró la tarta al suelo. No le daba tiempo de hacer otra, así que fue a la pastelería sin olvidarse antes de ponerse unas tiritas en los dedos.

            Al volver de la tienda, sus padres no se habían levantado. Y menos mal, porque el piso había quedado hecho un asco. Lo intentó barrer, pero se le quedó el cepillo pegajoso y no había otra solución que cogerlo con las manos.

            Cuando ya por fin se levantaron sus padres les dijo que había preparado la tarta él solo, y a los padres les extrañó porque lo máximo que Antonio había cocinado hasta entonces era un huevo frito. Ya eran las nueve. Sus padres se quedaron boquiabiertos. A pesar de todo se lo agradecieron, aunque después recibió una gran bronca por parte de su madre porque había más cacharros dentro del fregadero que en los cajones de la cocina.

(Eva)


            Cuando empezaron a desayunar su padre no se encontraba muy bien, y unos minutos después se desmayó y fue ingresado en el hospital.

            El niño, ante lo sucedido, se sintió culpable. Tras unos días de reflexión, decidió dejar el fútbol. Su padre, que estaba al tanto de la situación, le pidió que lo visitase. Durante la visita, padre e hijo hablaron durante horas. Su padre le pidió que no abandonara el fútbol, ya que su enfermedad no tenía nada que ver con él.

            Por todo ello, Antonio decidió seguir en el fútbol como homenaje a su padre. Su primera victoria después de lo sucedido se la dedicó a él, el cual, ya recuperado, lo celebró en el campo junto a su hijo.

            En su tiempo libre, aprovechó para entrenar a otros niños y niñas más pequeños que él. Y así se empezó a formar como futbolista y a la vez como entrenador.

(Nahuel)


            Tras muchos partidos, Antonio tenía a toda su familia y amigos contentos, porque había llevado al equipo hacia la victoria. Quedaba solo un partido que tenía que ganar sí o sí. Solo faltaban tres días y Antonio estaba muy nervioso, creía que haría algo mal y lo fastidiaría por completo. Pero su familia y todos sus amigos tenían confianza en él.

            Antonio en esos tres días curiosamente tenía tres exámenes: uno el miércoles, otro el jueves y el último el viernes. Todos los aprobó con muy buena nota, y eso fue lo que le animó a tener confianza en sí mismo.

            Llegó el gran día para él. Desayunó hasta no poder más, esperó y esperó hasta que ya era hora de ir al campo de fútbol. Fue con su padre que lo animaría hasta la muerte.

            Empezando el partido, el equipo de Antonio ya había tenido tres oportunidades de gol. La grada estaba ardiendo. Nadie sabía cuándo marcaría el equipo. En ese momento, y sin previo aviso, Antonio se hizo con el balón, regateó a tres jugadores del equipo contrario y… ¡gol! No fue el único gol: hubo uno más que fue de su amigo Alfonso, otro golazo. Al terminar el partido, lo primero que hizo Antonio fue ir a celebrar el triunfo con su padre, que estaba muy orgulloso de su hijo.

(Juan Miguel)

domingo, 12 de junio de 2011

El niño que quería cambiar de siglo, Capítulo 10 (Marco Antonio)


Miré a Pablo arrugando confuso el entrecejo. Me levanté sobre el pico de la pirámide. Me erguí apurando la vista en un impulso de mirar más allá del horizonte, de aquella cortina nubosa del calor. Una brisa caliente acarició incómodamente la piel de mi rostro, empujando con ella pequeños granitos de arena. Miré a mis pies. Esclavos, grandes alféreces, comerciantes, y más gente vestida con túnicas, con sus pieles morenas castigadas por un sol injusto. No había cabida a dudas, estábamos indudablemente en el antiguo Egipto.
– Enrique… Enrique, Enrique –empezó a llamarme nervioso.
– Pablo, para, siquiera sé yo como pasa todo esto.
– No era eso, es que mira… –señaló nervioso a los pies de la pirámide.
Allí se estaba congregando un grupo de personas. Sus vestimentas eran extrañas y gritaban incrédulos. Yo en su posición estaría igual. Otros en cambio nos alaban. Miré mis ropas sucias, y las mismas de Enrique.
– Deberíamos bajar –le dije a mi compañero.
– ¡Ni se te ocurra! –me agarró del antebrazo aun sentado.
En ese instante un extraño mareo me sacudió acabando de nuevo en el misterioso barco. Enrique abrió sus ojos como platos al verse al descubierto y se agachó rápidamente escondiéndose junto a Pablo. Este estaba consternado a la par que atrofiado. Intentó moverse pero rápidamente Enrique le paró mientras unos hombres pasaban cerca del escondite. Sin decir nada ambos supieron que debían estarse callados. Que debían simplemente esperar.
Sus párpados se fueron endulzando con el capricho del vaivén. El sonido del mar sofocaba las varoniles y grotescas voces de aquel barco. En sus cuerpos se iniciaba el hechizo del sueño. Otra vez más. No tardaron minutos en quedarse dormidos. Ambos a la misma vez. Sin preámbulos ni meditaciones. Esperando la necesidad involuntaria del soñar deseos se les abalanzó ante sus cuerpos hundidos en la inocencia de la niñez.
– Señor Enrique, despierte, no tengo tiempo –dijo una voz femenina con un tono cantarín. El niño solo gimoteaba molesto– Señor Enrique, ¡que me tengo que ir!.
– ¿Quién eres? –le preguntó Enrique soñoliento comenzando a abrir sus ojos con cierta pesadez, extrañado dentro de la nueva rutina de viajes astrales en el espacio–tiempo.
– Vaya preguntita se le antoja hacer al señorito a estas horas –en su vista borrosa pudo diferenciar una figura de pelos rizados y con mucho volumen, con vestimentas de colores llamativos y un gran lazo blanco en el cuello de aquella cara aun sin rostro.
– Vaya estupideces sueña uno a estas horas, ¿no?.
– Eh, perdona, que yo a usted no le he faltado el respeto.
– ¿Acaso te he insultado? –se rascó los ojos.
– No. Pero sí a mi empleo y eso es un insulto indirecto mire por donde mire. Desees decir por donde desees decir.
– Yo no deseé decir nada –se quedó perplejo al visualizar al fin a aquella mujer.
Su piel era pálida, de aspecto suave, terso, limpia de marcas e impurezas. Sus ojos eran de un color ámbar, puro y brillante. Llevaba el pelo a lo afro, descuidado, pelirrojo y algo aplastado por un sombrero de copa plegable, azul con una cinta lila. Se colocó su lazo apretando sus finos labios pintados de rojo grana a conjunto con su sombra de ojos marrón oscuro. Iba vestida con prendas de estilo victoriano. Sin camisa o chaqueta dejando a relucir su corsé y sus presionados pechos. Una falda que tocaba el sueldo y reposaba parte de tela daba un aspecto extraño a aquella mujer. Más aun con aquellos colores llamativos. La tela de la falda eran cientos de figuras con distintos colores, colocándose una encajada en otra sin dejar un espacio libre bordadas con un hilo de tonalidad dorada. El corsé poseía un derivado pastel del rosa con cordones verdes. Enrique comenzaba a creer que se estaba volviendo daltónico con tanto viaje.
– ¿Qui–quién eres? –preguntó esta vez perplejo ante las apariencias.
– ¿Otra vez?... Pues mira soy… Soy todo lo que por tu mente pasa, también puedo ser la nada –dijo enfadada, sus rasgos finos, delicados, similares a los de una duendecilla pícara–. Soy todo el mundo, también nadie. Me reconocen por deseos, sueños y pesadillas. Pero solo tú me conoces…
– No quiero saber eso, quiero saber tu nombre.
– ¡Oh!, era eso… –sonríó algo avergonzada. Me llaman Fantasía, otros más ingenuos simplemente me dicen Sofía. Usted debe de ser Enrique, ¿no? –el niño asintió enarcando una ceja. ¿No le había llamado antes por su nombre?
Al mirar alrededor se dio cuenta de que se encontraba en su habitación. En casa. Pero era extraño. Todo estaba perfectamente iluminado. Por las ventanas no se lograba ver nada. Ninguna vista. Nada ni nadie. Ningún sonido. Allí solo parecían estar él y ella.
– ¿Qué hacemos aquí?...
– Dígamelo usted. Es usted quien se ha pasado estos últimos días llamándome sin parar, ¿no sabe que las ancianas tenemos mucho que hacer?...
– ¿Tú? ¿Anciana?
– Vaya hombre, encima me cuestionas. Tengo tanta edad como la que tiene la conciencia. Y te puedo asegurar que esa edad no la superan siquiera los perros.
– ¿Perros? –Enrique se estaba perdiendo en aquella conversación.
– Bueno, solo dime, dime por qué fantaseas tanto.
– ¿Por qué perros?
– Y sigue –bufó Sofía (o Fantasía) llevándose las manos a la cadera–. ¡Dime qué es lo que buscas de una maldita vez! ¡Me tienes de un lado para otro! ¡Sin parar! Solo pídeme un deseo, una fantasía, una imaginación y la cumpliré pero no me hagas seguir corriendo de esa manera que así lo único que conseguirás ¡es que me despeine! Venga, rápido, que tengo prisa…

El niño que quería cambiar de siglo, Capítulo 9 (María)




-¿Qué ha pasado ¿ ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?-

-Lo último que recuerdo es...vale, no recuerdo nada-cuando Pablo pronunció estas últimas palabras se oyó:
-Aaarg! ¿Dónde se ha metido el capitán? no hace más que desaparecer y aparecer; si yo fuera el capitán esto no pasaría.

-No digas eso, si te oye puede hacerte caminar por la tabla, ya sabes que últimamente está de un humor muy extraño.

Entonces recordé mis extrañas fantasías, esas que tenía cada vez que me dormía o me despistaba, pero esta vez no estaba solo.

-Pablo, debo confesarte una cosa, a veces viajo a otros siglos-dije sin más.

-A ver, el que fumó ayer fui yo no tú, así que deja de decir estupideces.

-No son estupideces, al principio creí que era una alucinación, un sueño, o que se debía a leer mucho, pero ya no me parece ningún sueño sobre todo porque tu también lo estás viviendo.

-A ver, vamos a centrarnos, esto es lo que pasó: nos quedamos dormidos en el barco y ellos zarparon sin darse cuenta de que estábamos aquí -Pablo se agarró la cabeza como si se le fuera a caer de tanto pensar.

-Si, claro, y resulta que hablan como piratas y me buscan a mí como capitán-mientras yo hablaba comenzamos a oír más movimiento. Arriba todo se empezó a mover y los supuestos piratas comenzaron a gritar y de repente, como si fuera algo normal, nos hallábamos en las pirámides de Egipto.

 Justo encima de las pirámides.

-Tú sabes distinguir entre un cigarro y coca, porque no sé muy bien qué fumé. Esto no puede estar pasando, no, no, no, esto no es real, no puede ser real.

Pablo se había sentado y movía la cabeza mientras se encogía  y se movía de un lado a otro como un loco, mientras yo me hacía la misma pregunta: ¿Dónde estábamos? Quizás en el antiguo Egipto.

 No se me ocurría nada y por más que esperaba, nada volvía a ser normal e intenté buscar algo positivo.

Al menos viajábamos gratis, y si digo la verdad eso no me desagradaba, estábamos cambiando de siglo sin saber por qué.