domingo, 20 de marzo de 2011

El niño que quería cambiar de siglo (capítulo 4) Tanausú Collado


No pudo siquiera comenzar a leer el libro que tenía entre sus manos, a lo lejos escuchó como su madre lo llamaba para almorzar. Al dirigirse a la cocina no puedo evitar volver a sentir esa soledad que invadía su casa día tras día, una soledad que se notaba como uno más de la familia. El dolor por la enfermedad de su padre había roto la unidad familiar de la que se disfrutaba en antaño, ahora no eran más que un recuerdo de algo que fue vivido sin ser disfrutado al máximo ya que se antojaba indestructible, eterno, infinito... Como cuando abres el grifo de la ducha y ves correr el agua como si fuese inagotable, ahora de esa fuente sólo caían pequeñas gotas que no calmaban su sed.
Al llegar a la cocina ya tenía su plato sobre la mesa. Comía solo, como de costumbre desde hacía varios meses. Su padre apenas aparecía por casa y su madre... O lo que quedaba de ella, hacía tiempo que no la veía comer a su lado. Ya no sabía sí comía antes de su llegada del colegio o simplemente había dejado de almorzar y se saciaba con algo que picaba entre horas, y visto el deterioro físico que se acumulaba en su cuerpo, apostaba por este último. Así que comer se había transformado en un acto obligatorio con el que no disfrutaba, pasando por él sin pena ni gloria. Ahí quizás era cuando más echaba en falta la presencia de un hermano. Cuando las cosas iban bien, no había día que no pedía a sus padres un hermanito, y siempre observó en sus caras una sonrisa que intentaban disimular pero que en muchas ocasiones no pudieron esconder. Nunca comprendió que veían de gracioso en algo tan serio como eso, porque sabía que era algo que sólo podían traer ellos sino ya se habría encargado de ese tema hacía mucho tiempo. Aunque cierto es que en un primer momento siempre reían, la respuesta que recibía era la de: “Tranquilo, ya lo estamos buscando”. Pero nunca llegó, así que supuso que no buscaron lo suficiente.
Tras recoger la mesa y el limpiar el mantel de flores, su madre pasó a su lado y volvió a darle el mismo beso que le daba a diario después de comer, un beso programado, vacío, sin sentimientos, pero un beso al fin y al cabo que agradecía... Por lo menos ella mostraba señales de cariño, su padre hacía tiempo que se olvidó de darlas.
Volvió al cuarto, cogió el libro y se sentó sobre su cama dispuesto a continuar con la lectura que tantas veces había sido interrumpida. Pero antes de comenzar a leer, se acercó el libro a su cara y disfrutó del olor a celulosa y tinta, una combinación perfecta con la que disfrutaba cada vez que abría un libro y que tanto le relajaba durante un par de segundos... Cuando volvió a abrir los ojos no pudo evitar soltar un grito. Ante él volvía a estar la hermosa princesa que había visto hacía unas horas, miró a su alrededor y parecía que todo estaba igual que la última vez que había estado allí, como si el tiempo no hubiese pasado, como si lo estuviesen esperando...
–¡Oiga! ¿Me está escuchando?–le preguntó la joven princesa.
–Sí, sí... Disculpe, ¿dónde estamos?
–¿Cómo? Capitán, sí usted no lo sabe...
“¿Capitán? ¿Él? ¿Pero cómo podía ser eso?” Decidió seguir con aquello, aún sin saber muy bien que estaba pasando.
–Gran Princesa, no se preocupe, ha sido un pequeño lapsus, claro que sé donde estamos...
–Me alegra escuchar eso, porque hace varios días que debíamos haber llegado a Tierras Lejanas, mi futuro marido debe estar preocupándose.
–Tranquila, en pocos días llegaremos a Tierras Lejanas sana y salva como le prometí al Rey.
–Sé que llegaré sana y salva, confío en usted, pero comprenda que para una princesa es complicado estar por estos lares durante tantas semanas... Además, estoy agotando mis últimos libros y es mi única forma de ocio aquí.
–¿Libros? ¿Dónde?
–Ahí están, pero Capitán no sabía que...
Dejó de escuchar la voz de la Gran Princesa, su mirada estaba perdida entre tantos libros, de tantos colores diferentes y todos ellos tan atractivos. Cuando se descubrió con un libro entre sus manos no pudo evitar oler sus páginas.... Pero para su sorpresa no solo olía a celulosa y tinta, había algo más.
–¡Salitre!–exclamó al reconocer el olor. Lo más extraño de todo era que sus páginas lo desprendían, era como si estuviesen hechas con agua salada, el olor del mar no las había contaminado, simplemente ese era su olor original.
–Claro Capitán, todos los libros de estos Reinos tienen ese olor. Está usted un poco...
Un estruendo seguido de una fuerte sacudida agitó todo el barco. A lo lejos comenzaron  a escuchar gritos y ambos salieron del camarote para ver que estaba pasando ahí afuera. No podían creer lo que estaban viendo ante ellos, un calamar gigante había emergido de las profundidades del mar y había puesto sus tentáculos sobre la proa del barco.
–Capitán, ¿qué es eso?–gritó la Princesa mientras el miedo se hacia presente en sus ojos.
–Kraken, el calamar gigante de las profundidades– Enrique lo conocía bastante bien. Sabía que era el peor enemigo para cualquier buen capitán y más de una vez había sido testigo de como acababa con alguno de ellos y con toda su tripulación. Pero también sabía de sobra lo que debía hacer para acabar con él. –¡Preparen los cañones!
Toda la tripulación parecía volver a entrar en razón y comenzaron a distribuirse. Cuando iban a empezar con el primer ataque otro fuerte sacudida movió el barco e hizo que el Capitán cayera y se golpeara fuertemente con el suelo...
–¡Enrique, despierta! Mira la hora que es, llevas toda la tarde durmiendo

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